1. Propósito
Hoy escribiré en mi lengua “paterna”. Porque me apetece y porque, no sólo siendo hijo y nieto de valencianos, sino también hijo y nieto de manchegos (y valencianos por elección)... y a la vez producto sui generis de la “inmersión” lingüística, me gustaría demostrar y “probarme a mí mismo” que soy “capaz” de escribir en castellano. Casi ná. Bien es cierto que no hago otra cosa: en el trabajo, en los estudios y en una parte importante de mis relaciones personales, pero uno oye tantas cosas en algunas televisiones y en algunas radios, que no sabe ya...
Eso sí: ya puesto a arriesgarme, me marco ante ustedes un objetivo adicional, el más difícil todavía: cometer menos errores escribiendo en castellano, incluso, que los que algunos otros, felizmente “no inmersos”, cometerían al escribir en la otra lengua supuestamente cooficial en Valencia: el valenciano. (Ya saben ustedes: esa hermana pobre, innombrable por muchos y ninguneada por casi todos —desde fuera y, demasiado a menudo, desde aquí—).
2. Aquellos hermosos años...
Uno, a medida que crece y experimenta, verifica hasta qué punto los referentes sentimentales y simbólicos van evolucionando a lo largo de la vida. Un servidor se recuerda a sí mismo celebrando como un poseso los goles de la selección española, y acudiendo, con dieciocho años escasos y una inocencia aún por pervertir, a participar, voto en mano, de la “fiesta de la democracia”, de la gozosa legalidad “que todos nos hemos dado” y que debía asegurar el bienestar de todos y el reparto justo de la riqueza.
Algunos lustros después, y sintiendo no poder transmitir al lector la más mínima brizna de esperanza racional (porque la otra, la irracional, es la última que se pierde, y no hace falta que nos la cuenta nadie), me hallo descreído no sólo de aquella primavera democrática del “estado social (jajaja) y democrático de derecho” que proclama la Constitución cuyo día se conmemora hoy, sino también del propio fútbol: no hace tanto, fuente de felicidad, distracción y conversación fácil en el (extinto) almuerzo de la oficina, pero que hoy se presenta ante mí cual entramado maléfico que sirve para poca cosa más que para engrosar las fortunas multimillonarias y ennegrecidas de unos pocos... y para colaborar en el hundimiento de la economía del país.
Sí, sí, hundimiento del país: vía instituciones bancarias como las que, un día, con un poco de suerte, relataremos a nuestros nietos que fueron valencianas, centenarias y benéficas (por ley y por los hechos), y que después de haber sobrevivido a una guerra civil, dos guerras mundiales, varias dictaduras e innumerables periodos inciertos en lo social y lo económico, quiso la ironía del destino que fueran llevadas a la ruina por nefastos gestores elegidos supuestamente desde la más absoluta de las legitimidades democráticas.
Pero tenemos el fútbol. Claro que lo tenemos. Un país tiene lo que se merece, y después de tal inversión astronómica durante décadas —de pesetas, de euros y de lo que haga falta— y de tantos millones de cuerpos y almas dedicados al enaltecimiento del arte balompédico, España se merece que seamos multicampeones europeos y del mundo. Somos los mejores. Qué maravilla. Superado el subidón de adrenalina, preguntémonos cómo nos ayudarán estos éxitos futbolísticos, a los treintañeros de ahora, a cobrar la pensión de jubilación dentro de unas cuantas décadas. Se admiten respuestas; es más, se reclaman.
Qué se le va a hacer. Cada uno se entera de que los Reyes Magos son realmente sus padres... a la edad que se merece. Bonita metáfora de la vida, la de esta ibérica costumbre de los reyes de Oriente, y que Su Santidad parece que ha reafirmado gozosamente en su último ensayo teológico. Amén.
3. Privatizar (con perdón) y cobrar tasas (con más perdón)
Por cierto. Ahora lo patriótico y lo constitucional es privatizar (los beneficios, claro, porque para enjugar las pérdidas privadas siempre nos quedará el dinero de las pastillas del colesterol de los abuelos, o el del subsidio del parado que lleva dos años sin trabajar por puro gusto).
Esto de la optimización viable de la sanidad, como en tantas otras cosas (léase televisiones públicas, entes ferroviarios y demás), lo que quiere decir, en pocas palabras, es que lo que nuestros políticos han conseguido arruinar previamente por su inoperancia gestora y el saqueo de décadas de gobierno, ahora malvenderán a sus amiguetes para que, costando esa gestión supuestamente menos dinero al erario público, sus coleguillas (que curiosamente son ahora más listos en la empresa privada que cuando contaron con responsabilidades de gobierno en la administración: ellos, o sus esposas, o sus hijos, o sus sobrinos) puedan ganarse un dinerete ofreciendo al sufrido contribuyente la misma calidad asistencial de antaño: sin recontrapagos, colas de horas ni esperas de seis meses (jajajaja, la risa tonta va en aumento).
Opinar lo contrario, o como mínimo dudar de las intenciones de estos gestores de idea feliz, no es razonable: es ideológico y antiespañol. También es ideológico, se conoce, que a uno le parezca raro o se queje de que, siendo un pobre mileurista, ahora deba adelantar una pasta (dependiendo de los casos, hasta el sueldo de medio año) si quiere llevar ante la justicia a la administración cuando se considera víctima de alguno de sus desmanes (que puede ocurrir; que nadie es perfecto, señor Gallardón). O que, si quiere denunciar a un vecino moroso, la comunidad deba adelantar también al erario público una cantidad equivalente a la que el incívico inquilino adeuda al resto de sus convecinos...
Vale, vale, de acuerdo: que hay que darle faenica a los bancos, hombre. Que esos préstamos para poder adelantar las tasas del juzgado a los pobres litigantes sí que nos los concederán, aunque habrá que ver con qué intereses (que seguro que no nos los devolverá el señor ministro de gracia e injusticia aunque ganemos el pleito hasta en el Constitucional).
La lógica, sin embargo, es aplastante: los congestionados juzgados se vaciarán, a base de hacer pagar al personal (mileurista o de clase media; a los grandes les dará exactamente lo mismo, como siempre), ahora que ya no hay dinero para construir más suntuarias Ciudades de la Justicia ni contratar más jueces. Y si no se vacían (malditos reclamantes), las tasas a devolver en diferido sólo contribuirán al aumento de la deuda del Estado cuando éste deba retornar, diez o quince años después (que ya no habrá crisis, tranqui, que ya no habrá crisis) el diezmo que se le cobró por anticipado a ese sufrido españolito que se empeña de forma recalcitrante en reivindicar sus derechos frente al delincuente... Tasas que por el momento servirán para poder pagar el recibo de la luz y el agua de los ministerios, las cincuenta y dos delegaciones provinciales, las dependencias del Senado y las lujosas embajadas en los países más exóticos de la Tierra. Que no es poco.
4. Las pérfidas autonomías y los rudos dialectos regionales: el mal de nuestro tiempo.
Pero no nos preocupemos. Tenemos la solución. La culpa es de las malvadas autonomías. Todo se resuelve permitiendo endeudarse más al Estado y cerrando simultáneamente el grifo a las comunidades autónomas que, oh maravilla, son precisamente las que tienen la responsabilidad de asegurar una educación, una sanidad y unos servicios sociales de calidad a los mismos sufridos contribuyentes. Cuando ya no los puedan pagar, los privatizaremos. Y aquí paz y después gloria. Hay 60.000 millones para los bancos, pero no se pasen de los 18.000 para las autonomías, porque si no, se romperá España. Más vale que, mientras tanto, no se nos ocurra rompernos un brazo o una pierna.
En ese marco incomparable de recentralización, el placer de reducir el catalán, el vasco y el gallego a asignaturas de cuarta categoría en la enseñanza reglada enjugará por unos días, a ese español medio de rancio abolengo castellano, el mal sabor de boca causado por los recortes económicos y sociales sin fondo y, sobre todo, por la íntima vergüenza de llevar décadas colaborando, con su voto, a hacer crecer el pastel que tenemos hoy. Si unos se exceden en un sentido, nosotros en el contrario, y cuando nos hayamos matado todos, el conflicto estará resuelto. Fantástica estrategia para la distensión "nacionalista" (de unos y de otros).
Por cierto; que casi se me olvida, che, con tanto hablar de España: al idioma valenciano, como es habitual, ni se le nombra, gracias a los que lo consideran una molestia prescindible, a los que creen que directamente no existe, pero también a muchos de los que dicen, a su manera, amarlo y defenderlo (aunque nunca mejor aplicada la frase de que “hay amores que matan”). Como si esto no fuera con nosotros. Mientras les den leña a los catalanes, todo va bien, y aquí seguimos en Jauja.
Y aunque en su Título Preliminar (ése que no se puede modificar sin mayoría cualificada de las Cortes antes y después de convocadas elecciones generales, y sin un referéndum específico) la Constitución afirma que hay más lenguas españolas oficiales aparte del castellano... y eso pensábamos los que un día creímos en la España compuesta, múltiple, variada, democrática, próspera, moderna, europea, culta, amable, reconciliada con su pasado y con añejos derechos de conquista, y respetuosa con la diversidad ideológica y lingüística... ahora comprobamos con estupor, en tiempos de crisis económica y de recorte de servicios básicos, que españolizar a los españoles quiere decir pagarles la escuela privada a los que quieran estudiar exclusivamente en castellano aunque vivan en Xinzo de Limia o en la Granja de la Costera (lugares donde hasta las piedras hablan, respectivamente, gallego y valenciano desde bastantes siglos antes de que Cervantes escribiera el Quijote). Se trata, para el ministro, de asegurar que los derechos individuales no sean coartados por los colectivos. Miel sobre hojuelas, pero una preguntita: ¿no estábamos en crisis? Porque "pagar", quiere decir pagar: en euros.
Llegados a este punto, uno se pregunta cómo harán en Suiza para “suicizar” a los suizos: si pagándoles la enseñanza en alemán, en francés, en italiano o en romanche; o (en Suiza, como en Alemania, o en Estados Unidos) cómo se lo montarán para vivir prósperamente y, lo que es más sorprendente todavía, con razonable orgullo patriótico, manteniendo semejantes sistemas políticos federales o confederales que, supuestamente, no llevan aparejada más que la aberración y la ineficiencia; todo lo contrario que "saludables" sistemas centralizados como los de Portugal o de Grecia...
Lástima que, desde el otro plato de la balanza, a los miles de niños que quieren estudiar en valenciano y no pueden, no les pague el señor Wert nada de nada; o que a nadie le importe —ni al señor ministro, que estas cosas le deben sonar a chino, ni tampoco a la torrentina señora Català— que los que sí tienen o hemos tenido la suerte de estudiar “inmersos” en valenciano (si bien, defectuoso en el modelo lingüístico y en los referentes culturales e identitarios), nos hemos tenido que buscar luego la manera de “revalencianizar” unos criterios pedagógicos e idiomáticos que no hacían más que incidir, de una manera añadida a la castellanización galopante, en nuestra alienación cultural y lingüística, pasada en esta ocasión bajo el tamiz catalanista de la barretina y la sardana... De forma aplaudida o, simplemente, tolerada desde 1982 por cualquiera de los acomplejados políticos valencianos que, desde su absoluta vacuidad en materia histórica, cultural o lingüística, han tenido y tienen responsabilidades en este ámbito.
Pero no todo es culpa de los políticos. Primero, porque somos nosotros quienes los elegimos con nuestro voto. Y segundo, porque aquí priva más dar cañonazos a los catalanes desde este lado del Sénia que centrarse en defender un modelo lingüístico claro y definido, culto y tradicional al mismo tiempo, respetuoso con la conciencia no dialectal de los valencianos, que muchos llevan defendiendo contra viento y marea desde hace treinta años (sí, sí, el de la RACV, el de la RACV): practicándolo, oralmente y por escrito, todos los días del año, que es la forma verdaderamente efectiva de defender un idioma: la forma más natural, que debe dar fermento y caldo de cultivo a otros movimientos más ambiciosos.
En pocas palabras: pesadillas del ministro de Educación aparte, la solución no es suprimir las líneas en valenciano, sino revalencianizarlas, formar cívicamente a los padres y a los abuelos y que éstos reclamen un modelo lingüístico netamante valenciano, reforzado por ellos de la forma más fácil: transmitiendo a los hijos, a los nietos, la lengua por vía oral. Por desgracia, me da la impresión de que algunos, en su afán de defensa del idioma, borrarían el valenciano del Estatuto de Autonomía por miedo a que, por ser oficial, nos lo conviertan en catalán. Como aquel Bush —todo un presidente de la monarquía norteamericana— que dijo que la mejor manera de prevenir los incendios era talar los bosques.
Uno pensaba que la igualdad y el bilingüismo real entre lenguas cooficiales es la que asegura que todos los escolares, al acabar la enseñanza obligatoria, dominen por igual el valenciano y el castellano (venga, va: y el inglés también, porque habrá que emigrar para trabajar). Ése es el objetivo. ¿Se consigue en la actualidad? No. ¿Por qué? Porque todo el mundo habla, lee y escribe el castellano (limitaciones intelectuales aparte), pero no todo el mundo lo hace en valenciano. ¿Solución? Se aceptan propuestas y mejoras, tanto para conseguir este objetivo como para no herir susceptibilidades identitarias ni en un sentido ni en otro; pero lo demás ni es bilingüismo ni es nada: son ganas de cansar al personal y de aplicar una ideología política bastante añeja, pero que tiene bien poco de bilingüe.
(Uy, que casi se me olvida. También está aquello de reducir el fracaso escolar, dotar de medios a los colegios para que no se hundan los techos sobre los aguerridos escolares de hoy, formar a ciudadanos competentes y con opinión propia, asegurar la continuidad del actual sistema económico y de bienestar mediante la formación completa y exigente de las nuevas generaciones, de manera adaptada a sus aptitudes, cualidades e intereses... pero eso no priva tanto al personal. El tema lingüístico es como el fútbol: caras pintadas con los colores propios, discusión en el bar y reparto respectivo de carnets de socio, ¿mola, eh?)
Ay, Señor, cuánto nos queda todavía...
5. La España de ayer, de hoy y de siempre, por los siglos de los siglos
Esta es la España de hoy, damas y caballeros. Poca cera más queda, más allá de la que arde. Y respecto a la España de ayer, más vale que no la olvidemos: pero sobre todo, para no volver a repetirla. Aún estará bien hecha esta Constitución y todo, si ha conseguido lo que no hicieron las siete constituciones anteriores: durar más de diez años en vigor sin golpes de estado exitosos (aquí anduvimos en el filo de la navaja), guerras o revoluciones.
¿He dicho guerras? Hablemos de los desfiles militares, a los que algunos (esos que suelen proclamar que todos los nacionalismos son aberrantes; claro, todos menos el nacionalismo de ellos) son tan aficionados, con esas abigarradas celebraciones coloristas. Pues mire usted: me parecen bien. Sí, sí: ha leído correctamente. Me parecen bien.
Me parecen bien porque es moralmente irrenunciable que hoy recordemos el valor y la heroicidad de esas pobres gentes del pasado que no tuvieron suficiente dinero como para evitar ir reclutados a la guerra (2.000 pesetas de la época, en el caso de la Guerra de Cuba). O el de esos mandos del ejército que creían realmente estar protegiendo a su patria invadiendo países africanos, o atrincherados, un año después de perdida la guerra de Cuba, en una iglesia de las islas Filipinas. Por ejemplo. Pero ojo: no me parecen bien si lo que se pretende es recordar unas “gestas” militares que, cuando no fueron para matarnos entre nosotros, lo fueron para sojuzgar a pueblos tranquilamente dormitantes en sus tierras de origen (en ocasiones, para, una vez “españolizados”, incluso en su DNI, volverlos a abandonar a su suerte: y ahí tenemos el Sáhara Occidental, y no hace ni 40 años, para escarnio de los que miran con orgullo no sé qué pasado glorioso).
Uno se pregunta si todo esto es realmente debido a la inutilidad gobernante, a que verdaderamente tenemos lo que nos merecemos, cual purgatorio en vida, o, de tan perfecto que resulta, a un plan establecido no se sabe por quién ni desde dónde. Uno se pregunta también dónde están esas gentes pensantes, formadas y que saben hacer bien las cosas: empresarios, universitarios, profesores, que seguramente podrían ayudar, sugerir y encauzar mejor la situación que estas sectas del blanco o negro en que se nos han convertido los partidos políticos mayoritarios. Pero claro, ¿a quién le interesa? A todos, menos a los del blanco o negro. Y esos son los que mandan. Los que pagan (aunque sea a 240 días).
6. La clase media, despedida y cierre
Sea como sea, atémonos los machos: todos, pero especialmente los que aún nos creemos parte de esa biempensante y pacífica clase media, porque dentro de poco hasta los linces ibéricos nos superarán en número. Porque si nadie lo remedia, vamos hacia la sociedad dual que creíamos superada, y que volvemos a tener a la vuelta de la esquina: ricos contra pobres, y la patria de la cuna que vence a la patria del lugar de nacimiento.
Siguiendo el razonamiento de una persona importante dentro del empresariado valenciano (colectivo al que, a pesar de todo, aún le cuesta librarse de la postura genuflexa y chupóptera del poder), el problema no es que haya personas que trabajen en un cometido tan digno como el de camarero: el problema es que vayamos a un modelo productivo en el que no se pueda trabajar de otra cosa.
Y eso no es sólo un problema político: es un problema de toda la sociedad, que no sé si es culta o inculta, consciente o inconsciente, si sabe realmente lo que le pasa o no lo sabe. Pero si no lo sabe, hay dos opciones: estudiar e informarse para saber, o refocilarse en la ignorancia y en la paulatina vuelta a la esclavitud como forma de gobierno que nos ha de proporcionar pan y circo. Y en esta lucha, nos quedan dos fuertes, dos aldeas galas que deberán ayudarnos en la empresa: la justicia y los medios de comunicación... siempre que no sucumban también a las sectas del blanco o negro. Porque sin justicia justa y sin periodismo libre de ataduras ideológicas, no hay democracia que valga.
En fin. Mañana será otro día. He sufrido una crisis, lo reconozco. Hoy estoy de lo más cenizo, demagógico y botella-vacía, y la alternativa a este ladrillo era la úlcera de estómago. Así que cébense con Masclet (o Masclete, en versión española) todo lo que quieran, y pido disculpas por las ofensas, así como espero perdón por parte de los ofendidos. Pero contra un estado de ánimo tan científicamente razonado como el que presento hoy, no hay química médica que valga (más allá de la benéfica y valencianísima borrachera de cazalla). Y menos aún, si la prescripción facultativa ya no la cubre la Seguridad Social...
Pero ojo, alerta, achtung, beware of the dog: entre subida de la luz y subida de la gasolina, entre la dichosa factura del móvil-inteligente-sin-el-que-ya-no-podemos-vivir y el pago por adelantado de las tasas de la basura, vayan ustedes con cuidado con la inmersión lingüística. Con mucho cuidado, porque acecha tras las esquinas y te revienta el trastero del garaje (como a mí, anoche, sin ir más lejos) cuando menos te lo esperas. Miren, si no, los setecientos mil valencianos en el paro o el 60% de paro juvenil. Pero no sólo con la inmersión (supuestamente) valenciana, sino también con la inmersión lingüística del Colegio Alemán o la del Liceo Francés: no sea que sus hijos se les levanten una mañana pidiéndoles un café au lait o cantando el Deutschland über alles mirando hacia Berlín... que eso estaría muy feo.
1 comentario:
Impresionant. veritats com punys.
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